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Timpers: zapatillas para todo el mundo, no solo para ciegos




Diego tira las cartas al aire y las deja caer sobre la mesa. Pasa sus manos por cada trocito de tela desplegado ante él. Rugoso… Deslizante…. Este fieltro le recuerda a la hierba. Este corcho parece la corteza de un árbol. La yema de sus dedos va de uno a otro. Los toca como el que camina con sus manos y aparece en un bosque.


Entonces llama a Aitor y a Róber, y les pregunta por los colores. Él no los ve; es el tacto el que le cuenta lo que los pigmentos le esconden. Róber y Aitor buscan un verde para el fieltro de la tela y un marrón para el corcho de la parte trasera de las zapatillas. Deciden que los cordones serán negros y que el hilo que usarán para escribir la marca en el lomo, en braille, será blanco.


Los dedos de Diego buscan dos cosas: «Un contraste agradable al tocarlo y un contraste que evoque algo, un lugar, un recuerdo», explica. «Este modelo, por ejemplo, el Green Forest, es mi ojito derecho. Lo quiero con locura. En cuanto toqué el fieltro verde a ciegas, me recordó al pueblo de mis abuelos. Parece hierbecita. Mira, tócalo… Había otro material que nos encantaba: el corcho. Era como el tronco de un árbol. Juntos evocan un bosque, la naturaleza».


Hallado el contraste del tacto buscan el contraste visual. Aitor y Róber usan un manual que les indica qué mezclas de colores se dejan ver más: —Las personas con poca visión perciben mejor los contrastes fuertes. Por eso nunca utilizamos unos cordones verdes para unas zapatillas verdes —indica Aitor.


Hacemos zapatillas para todo el mundo, cómodas y acordes a la moda actual, pero intentamos que resulten más cómodas a las personas con poca visión.


Fue una noche de fiesta de 2011. Aitor Carratalá, un chico de 17 años con fibrosis quística, y Roberto Mohedano, un chaval de 17 años con una enfermedad de riñón, hablaban del futuro. O quizá, sin saberlo, lo esbozaban.


—Siempre hemos tenido alma de emprendedores. No queríamos trabajar para un jefe. Queríamos tener nuestro propio negocio —recuerda Aitor, a sus 25 años, esta mañana soleada, en la aceleradora de empresas Lanzadera, de Valencia.

Pensaron en las sillas de ruedas. Los dos amigos conocían bien los hospitales. Desde pequeños han paseado sus pasillos, visitado sus consultas, habitado sus camas. Veían los carritos, feos y ortopédicos, y se preguntaron por qué nadie había planteado hacer sillas de ruedas de diseño.

Pero tenían una edad muy corta para una industria tan grande. No tenían información, ni tablas, ni contactos. Se les hacía cuesta arriba. «Era imposible, no. Lo siguiente», discurre Aitor. «Entonces decidimos cambiar de actividad. Somos de Alicante y si algo hay allí, son zapatillas».


Los dos chavales dieron el primer paso: diseñar un modelo de zapas. Pero la tirada mínima que les exigían las fábricas era demasiada y decidieron recurrir a la economía de toda la vida: pedir un favor. Funcionó. Un familiar de Róber les ayudó a producir las primeras Timpers que pisaron la tierra.


La amistad de Aitor y Róber se había ido cosiendo en el colegio y en los campos de fútbol 5 para ciegos. Aitor es entrenador y Róber, guía de jugadores. Él hace de ojos del equipo y de voz que, tras la portería del contrario, indica a su equipo a cuántos metros han de disparar. Un día de 2018 apareció en el entrenamiento un chico de 38 años llamado Diego Soliveres.

—Casi se parte las costillas —recuerda Aitor. Después, en los vestuarios, le mostraron a todos aquellas primeras Timpers—. Para que las vieran y, sinceramente, a ver si caía alguna ventita.



Diego las cogió y empezó a tocarlas. Aitor y Róber lo miraban con asobro:

Las describen mejor de lo que podríamos hacer nosotros utilizando solo la vista. Eso nos dejó con la mosca detrás de la oreja.


La mosca seguía tras la oreja cuando Aitor y Róber oyeron que la Universidad de Alicante había convocado un concurso de Emprendimiento Social.

—Ese fue el detonante —cuenta Aitor—. ¿Y si hacemos un modelo de zapatillas diseñado por personas ciegas? ¡Sí! ¡Palante! Teníamos dos semanas. Se lo dijimos a Diego y, como es más buena persona que todas las cosas y no sabe decir que no, se mostró encantado de la vida por ayudarnos en el concurso.


Empezaron los catorce días de la cuenta atrás. Visitas a fábricas, catas de materiales, pensar un diseño nuevo, buscar cordones distintos… Un amigo les ofreció su fábrica para hacer el prototipo. Lo tenían casi listo. Faltaba solo la decisión crucial: la marca que luce en el lomo de las zapatillas dejó las letras del alfabeto y se hizo braille. A mano, la madre de Aitor cosió los puntos, uno a uno.


Ganaron el premio. El jurado valoró que las Timpers fueran más que un boceto para ver en un papel. Las zapatillas se podían tocar. «Una buena idea, por muy bien que esté plasmada en una buena presentación, no es como mostrar algo tangible», indica Diego. «Como dicen aquí: hechos y no palabras», añade Aitor.





El prototipo fue cosechando trofeos. Uno, dos, tres más. Las zapatillas habían empezado a caminar por el estrellato. Pero en algún momento tendrían que poner los pies en firme.


Las zapas parecían haber echado a correr por sí solas. Recibían trofeos, se alzaban en los titulares de prensa. Esa velocidad puso a los fundadores en una encrucijada: seguir el destino por el que iban o dar el giro que proponía Timpers.


Aitor estudiaba Arquitectura y trabajaba en un estudio; Róber cursaba Administración de Empresas; Diego vendía el cupón de la ONCE y estudiaba Derecho. A ratos, a sopapos contra el cansancio, crearon la primera colección que salió a la venta.


—Dedicábamos a la empresa todo el tiempo que podíamos y encima reventaos —cuenta Diego.

Por primera vez salían los números: recibieron una ayuda de 12.000 euros del Fondo Social Europeo, mediante la Fundación ONCE, y un premio que les abría la puerta de Lanzadera (una incubadora y aceleradora que ayuda a los emprendedores a crear y consolidar su empresa). Pero las horas no cuadraban: era imposible llevar todo adelante. ¿Qué harían?


—Esa es una parte importantísima de esta historia —recuerda Diego—. Me debatí mucho. Venía de dar muchos tumbos. Había intentado dedicarme a otras cosas pero no habían salido bien. Tenía la carrera por terminar. Había pedido la venta del cupón porque ya necesitaba tener unos ingresos fijos para independizarme. ¿Me voy, pruebo suerte y sigo dando tumbos? ¿Y si esto no sale? ¿Me voy a ver en el mismo punto? Eso es lo más frustrante del mundo, porque te das cuenta de que, como persona, no acabas de arrancar en nada. ¿O me quedo currando aquí y estoy más cerca del contrato indefinido y así puedo dormir tranquilo por las noches? Fue mi madre la que me dio el empujón. Me dijo: «Mira, Diego, si te va bien, es una forma de ganarte la vida y si no, puedes volver a la venta del cupón. Eso es todo lo que tienes que perder». Yo debo a mi madre estar aquí.


La velocidad de vértigo que habían cogido las zapatillas se hizo «frenética». El viernes 3 de mayo de este año, Diego dejó su trabajo en Alicante y el lunes, 6, empezó, con Róber y Aitor, el programa de Lanzadera en Valencia para convertir su proyecto en una empresa: «Sin vaselina. No pude ni asimilarlo. Ni cambiar de chip, ni resetear. A pelo, totalmente a pelo».

Más trepidante fue para Róber. Hacía solo dos semanas que le habían trasplantado un riñón que le ha donado su madre. En la presentación de las nuevas empresas de Lanzadera a la prensa aún llevaba mascarilla.



Timpers acaparó la atención de los medios. Todos hablaban de las «zapatillas diseñadas por ciegos». Los pedidos se dispararon («Tuvimos una rotura de stock», cuenta Diego), las tiradas aumentaron («Tuvimos que pedir 1.200 pares»), ampliaron las colecciones («Hay semanas que vendemos unos 200 pares y barbaridades así») y tuvieron que apretar en pocos meses el trabajo previsto para más de un año («Teníamos una tercera colección para primavera 2020, pero por toda la repercusión y el apoyo de influencers, la hemos sacado esta navidad»).


Es lo que más le gusta a Diego: hacer las colecciones. Mira, toca este material. El tacto es similar al de una pelota de baloncesto. Y mira este. La textura recuerda a una camiseta deportiva de licra. Evoca al deporte. Así es cómo surgen los modelos. Aunque alguno no tiene tanta historia detrás y elijo los materiales simplemente porque el contraste me parece brutal. —comenta este diseñador principiante y músico veterano—.


A Diego aún le cuesta identificarse con su nueva profesión:

—A mí, cuando me dicen que soy el diseñador de Timpers, pienso: «Claro, claro. Del curso de Diseño que he hecho yo en París». Que me llamen diseñador me pilla muy grande.


Porque todo es demasiado nuevo:

—El otro día llegó un entrenador al campo y me pidió si le podía pasar un libro de fútbol para ciegos. No hay nada. Pues imagínate de diseño para ciegos —interviene Aitor.


—Nos gusta decir que hemos creado el binomio ciegos-moda. Antes la gente pensaba que un ciego no podía diseñar. Creo que ahí hemos sido un poco rompedores. Y a esto podemos sumar la idea de que todas las personas que vamos a contratar van a ser, como digo yo siempre, tan capacitadas como nosotros —explica Diego.


En Timpers quieren acabar con la idea de que las personas con discapacidad no pueden alcanzar la excelencia en el trabajo. Aitor sacó esa idea de un documental de ingeniería. «Recuerdo que decían: «Si quieres romper un estereotipo, haz algo que choque a la gente». Que el 100% de nuestra plantilla tenga discapacidad puede ser chocante y podemos demostrar que en una empresa así se puede trabajar muy bien».


También quieren salir de otra idea trillada. A menudo les preguntan si son una fundación y Diego responde que son una compañía con ánimo de lucro: «Si no vendemos, no comemos».


Aunque su plan de negocio se rige por una filosofía: «Queremos poner nuestro granito de arena para normalizar la discapacidad y queremos que las zapatillas sean accesibles en todos los aspectos. Tienen su nombre en braille. En los paquetes metemos una carta de agradecimiento con un texto en tinta y otro en braille que escribo yo a mano, una a una, con la máquina de escribir. Hasta tengo ampollas en los dedos de escribir tantas. Es una zapatilla muy inclusiva por todos los detalles: usamos cordones redondos porque resultan más fáciles de atar y desatar que los planos; todas tienen un contraste de color muy fuerte. Por eso recalcamos siempre que no son zapatillas para ciegos; son para todo el mundo».




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